{Crítica} «La Fábula»: El Nuevo Pirata De Panamá Es Odebrecht


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Durante los últimos cinco años, Panamá ha tenido un gran crecimiento económico a pesar de la crisis que azota a Europa, Estados Unidos y otros países del globo. Si bien es cierto que dicha economía no va acompañada de un crecimiento sociocultural acorde, al menos están surgiendo pequeños grupos, en ciertos ámbitos de la sociedad, que trabajan por hacer la diferencia. Como comunicador audiovisual, soy de la ferviente opinión de que un país con bases cinematográficas, con industria cinematográfica, tiene en su poder una gran herramienta —y según se utilice, hasta un arma— que tiene resultados a largo plazo. Bien decía Vladimir Lenin, dirigente de la Revolución de Octubre en Rusia durante 1917, que el cine era un medio efectivo para comunicar sus ideologías debido al alto nivel de analfabetismo que existía en Rusia en esa época, por lo que su mensaje podía ser mejor recibido desde lo audiovisual que desde la prensa escrita. Este pensamiento lo tuvo Hitler con sus propagandas políticas y con las películas que le encargó a la cineasta pro-nazi Leni Riefenstahl («Triumph Des Willens» o «El Triunfo de la Voluntad», 1934), durante su régimen. Con otra intención lo utilizaron los artistas expresionistas, surrealistas, dadaistas y futuristas, entre otros, durante el cine pos Primera Guerra Mundial, o los neorrealistas de la pos Segunda Guerra Mundial. En fin, no es una idea nueva, el cine ha sido un instrumento efectivo de transmisión de ideologías desde su invención en 1895 hasta la actualidad, ya sea para influencias negativas o positivas.

En Panamá, con los primeros tímidos pasos que estamos dando en cuanto a producción cinematográfica, hemos visto obras meramente comerciales —como «Chance»—, aunque guardando ciertos aspectos socioculturales identificables por los nacionales, como otras obras de crítica social, en las que se incluye la obra en cuestión, «La Fábula», dirigida por Guido Bilbao y Enrique Castro Ríos («Wata»), que aunque no han conseguido la exposición y distribución anhelada, han sabido buscar los medios para que llegue a la mayor cantidad de personas posible, como su transmisión por Internet.

«La Fabula» es un documental interactivo desde su formato, combinado con el género mockumental o falso documental, que puede ser considerado un mediometraje (por su duración de 46 minutos), y que aborda concretamente la amenaza que vive Panamá con respecto a su Patrimonio Histórico declarado mundialmente por la Unesco. De forma muy astuta, Bilbao y Castro Ríos plantean una analogía entre la amenaza que representaba para Panamá el pirata Morgan (cuando nos saqueó por los años 1670) y la de nuevos piratas representados a través de la corporación brasileña Odebrecht, quienes según las investigaciones realizadas por los documentalistas, han realizado obras en Panamá que alcanzan los $5 mil millones  de dólares —las tres cintas costeras (o coimeras), la restauración del Casco Antiguo, entre otras—, lo que representa el 29% de la deuda que tiene el país.

El documental, que cuenta con entrevistas realizadas a personalidades panameñas reconocidas como el abogado y profesor Miguel Antonio Bernal, el cineasta Jonathan Harker, entre otras personas en los rubros de historiadores, arqueólogos, etc, lleva adelante el relato a través de la figura de surfistas, como Samantha Alonso, que expresan su descontento y preocupación por construcciones como la Cinta Costera 3, que están afectando al Casco Antiguo como patrimonio, y aquellas realizadas sobre el mar en el que solían surfear, cerca de Las Bóvedas.

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Foto: Sacha Baron Cohen en el mockumental (o falso documental) «Borat» (2006).

El documental lleva una estética informal que no queda mal, ya que se acentúa con el tipo de planos, movimientos de cámara y escenarios populares elegidos; por lo que utilizar a los surfistas como especie de personajes que llevan adelante el relato no es erróneo, pero sí mal utilizado. Estos personajes se quedaron a medias, no fueron explotados en su totalidad, sino que quedaron como meros comentaristas sentimentales, mas no se ahondó en su compenetración sociocultural con el área, con su deporte, con los cambios y con una defensa que fuera más allá del hecho que no pudiera surfear en esas playas debido a las construcciones. En otras palabras, debieron involucrarse más con el problema, para así generar mayor empatía en el espectador. La otra incongruencia es que combinan ese lado nostálgico con el lado mockumental que le aportaba Alfredo Belda, que se hacía pasar como futuro candidato presidencial, bajo un personaje que nos recuerda a Sacha Baron Cohen en «Borat» —de hecho, Bedal estaba vestido casi igual que Baron Cohen en la portada de «Borat»— haciendo chistes, burlas y comentarios sarcásticos, que nos sacaban de la nostalgia que nos podían producir los surfistas. O sea, había una mezcla de sentimientos que no permitían que uno se decidiera por reírse, por llorar o por preocuparse por un tema evidentemente serio.

Insisto en que la estética informal del documental no era mala, de hecho es una buena técnica para tratar temas serios y hacerlos digeribles para un espectador pasivo poco acostumbrado a consumir este tipo de obras —tal como lo hace Michael Moore («Bowling For Colombine», 2002) o Morgan Spurlock («Super Size Me», 2004)—, sin embargo, me parece que de momentos raya en lo chabacano, cuando trata de mezclar un tema serio con un tono banal y extremadamente popular. Tampoco la idea es degradar la capacidad de comprensión del público. Por ejemplo, la voz over del documental, en algunas ocasiones utilizaba léxicos muy acordes a los temas económicos, pero de repente hacía bromas o comentarios sarcásticos que nos sacaban de contexto, con la utilización de frases, analogías y pronunciaciones muy populares, que en vez de educar, acentúan las falencias que ya tienen integradas los panameños. Hay una línea muy delgada en ese aspecto, que uno como realizador debe procurar no pasar, porque cae en lo común.

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En resumidas cuentas, más allá de algunos aspectos estrictamente audiovisuales y estilísticos que pudieron ser realizados de otra forma, «La Fábula» sienta una base en el espectador, generando ese interés de querer investigar más sobre el tema, de querer involucrarse y hacer algo al respecto. Si usted, espectador, salió con ese pensamiento, entonces el documental habrá cumplido su propósito. Nuestras fechas históricas (como la Invasión de 1989, la reversión del Canal el 31 de diciembre de 1999, la toma de posesión de Martinelli, entre otras), esa retrospectiva que nos invita a la reflexión durante el documental, sumado a los datos estadísticos y a las cifras que nos proveen, respaldadas por entrevistas con profesionales reconocibles de nuestra sociedad, le aportan veracidad a «La Fábula», invitándonos a sacar nuestras propias conclusiones, en cuanto a «la moraleja».

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«La Fábula» – Documental Completo: 

Escrito Por: Enrique Kirchman

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