Se dice que la población mundial aumenta 81 millones de personas por año. Los países con mayor crecimiento demográfico son China, India, Estados Unidos, Indonesia y Brasil. Este crecimiento desmesurado, como todos sabemos, tiene grandes consecuencias de impacto en el planeta: la falta de recursos naturales (como el agua) para abastecer a toda la población, la extinción de muchos animales por la expansión de los seres humanos, la contaminación ambiental, entre otras cosas. El punto es que, aunque suene mal, la gente no se muere lo suficiente. Actualmente, con tantos avances tecnológicos, científicos y de calidad de vida, las personas viven más años, a pesar de que nos ha tocado la era de enfermedades mortales como el cáncer y el sida. De por sí, la gente ya no muere por enfermedades producto del contacto con la naturaleza, porque simplemente vivimos en comunidades, con viviendas protegidas y sistemas de salud que nos aplican vacunas y curas para enfermedades que en su época fueron epidemias mortales. Hemos prolongado nuestro tiempo en un planeta cuya vida se está acortando y, tal como exponen en la película «Snowpiercer» (2013)—escrita y dirigida por el surcoreano Joon-Ho Bong («Gwoemul» y «Madeo»)—, para poder que la raza humana sobreviva, hay que mantener el balance matando a unos pocos.
La raza humana siempre se las arreglará, consciente o inconscientemente, para traer sobre ella misma sus propias desgracias. Mientras que descubrimos curas para enfermedades mortales e inventamos tecnologías que nos alargan nuestras vidas, paradógicamente formamos las guerras, alentamos la delincuencia y hay quienes piensan (con teorías de conspiración) de que un sector de la sociedad libera intencionalmente los virus para reducir la población y, de paso, hacer negocio con los medicamentos para combatirlo (de esta afirmación no me hago cargo). Lo cierto es que parece haber un acuerdo tácito y natural entre las clases poderosas y las menos privilegiadas, mediante el cual la sociedad trata de restablecer el balance, pero en el cual el sacrificio lo asumen los más débiles de las clases bajas.
La película «Snowpiercer», basada en la novela gráfica francesa publicada por primera vez en 1982, «Transperceneige», nos muestra un universo apocalíptico que ha sufrido las consecuencias de la superpoblación: el calentamiento global. Una voz over durante los créditos iniciales de la película, explica que a causa del insoportable calentamiento de la tierra, 79 países del globo decidieron dispersar en las capas superiores de la atmósfera una sustancia conocida como CW7, capaz de reducir la temperatura a niveles soportables y controlables por el ser humano. Sin embargo, las consecuencias fueron extremas y el planeta se congeló a tal grado que exterminó a toda la humanidad, y solo unos pocos lograron abordar una especie de arca, que en este caso, era un tren construido por Wilford (interpretado por Ed Harris), y que recorría 438 mil kilómetros alrededor del planeta continuamente, sin parar nunca, para poder mantener vivos a los sobrevivientes.
Dentro de este inmenso tren, como toda comunidad, las personas debieron organizarse estableciendo un sistema de poder, en el cual Wilford comandaba como líder, a través de su ministra Mason (interpretada por Tilda Swinton). Tal como Mason reafirmaba repetidas veces, el tren estaba divido en dos partes: los que pertenecían a la punta (los ricos) y los que pertenecían a la cola (los pobres). Los de la punta tenían todo tipo de comodidades, iguales a las que tendrían en cualquier comunidad: atención médica, spa, restaurantes, jardines, discotecas, etc. Mientras tanto, las mil personas pobres que abordaron el tren, estaban hacinadas, como en especies de barracas de campos de concentración, recibiendo la peor de las atenciones; incluso al inicio se les segregó de tal forma que no tenían acceso a la comida. Para comer, uno de sus miembros más viejos (que luego se convirtió en líder) llamado Gilliam (interpretado por John Hurt), tuvo que cortar su brazo para darle de comer a la gente hambrienta que estaba a punto de matar a un bebé para comérselo. Desde entonces, otras personas cortaron su brazo para apaciguar el hambre y evitar las matanzas por canibalismo. Eventualmente tuvieron acceso a la comida, aunque una de muy mala calidad que les era disfrazada como barras de proteínas con un aspecto gelatinoso, pero luego descubrimos que en realidad esas barras estaban hechas de toda clase de insectos (cucarachas, grillos, escarabajos, etc) molidos. La gente pobre ni siquiera tenía acceso al agua que era recogida desde la punta del tren, del hielo que se derretía en el exterior. ¿Alguna vez escuchamos de un barrio de gente rica que no tuviera acceso a tuberías de agua? Sin embargo, ¿cuántas veces no hemos escuchado denuncias de lugares pobres que no tiene acceso a agua? Y, por si fuera poco, los alimentos de la canasta básica se hacen cada vez más inaccesibles para las personas de bajos recursos, que nos lleva a altos niveles de desnutrición. Por lo que, el rico sigue teniendo la ventaja de tener acceso no solo al agua, sino también a los alimentos, porque tiene la influencia y el poder adquisitivo para adquirirlos (tanto en la ficción como en la realidad).
La gente rica tenía reservas de carnes, aves, vegetales y peces… Aplicaban lo que hoy en día muchos están aplicando, que es la comida sostenible, para poder abastecer a todos (los ricos). Por 17 años estuvieron estas personas en el tren, 17 años comiendo carne humana y luego las «barras de proteínas». ¿Por qué mejor no mataron a todos los pobres y se libraban de esa carga? Porque en toda sociedad, aunque nuevamente suene despiadado, las clases bajas son necesarias. ¿Quién recogería la basura? ¿Quién se encargaría del aseo de las casas y los negocios? ¿Quién conduciría el transporte público? Esta película nos hace ver que dentro de la sociedad que sea, la gente de bajos recursos es un «mal» necesario. En el caso de «Snowpiercer», Wilford, el creador del tren, habitaba en el cuarto del motor en la punta del tren. Un mecanismo tenía una falla, por lo que necesitaba que alguien hiciera ese trabajo manualmente, pero para realizar este trabajo se requería de alguien muy pequeño, entonces, Wilford tomaba niños de hasta cinco años de las familias pobres y se los llevaba para que cumplieran esta labor, y como este trabajo debía ser continuo porque si no el tren se detenía y todos se congelaban, él estaba seguro que los pobres se reproducirían rápidamente y siempre tendría niños para reemplazar a los otros que fueran creciendo. Además, cuando necesitaban algún empleado en las distintas áreas de los vagones de los ricos, los buscarían entre los pobres. ¡Así funciona en todos lados!
Lo más interesante de la película fueron las medidas ocasionales que tomaban para establecer el balance entre ricos y pobres. O sea, cuando el tren se estaba sobrepoblando, en el área pobre, claro está, debían adoptar medidas genocidas: La Revuelta de los 7, El Motín de McGregor y La Gran Revolución de Curtis, fueron momentos de rebelión de los pobres, organizados secretamente por Wilford y el líder de los pobres Gilliam, para incitar un enfrentamiento entre los de la punta y los de la cola, y perder algunas vidas en el camino. O sea, el líder de los pobres era amigo del líder del tren, y sabía que enviaba a sus rebeldes a una muerte segura y pensaba a propósito. Durante la Gran Revolución de Curtis, la ministra Mason dejó claro que el 74% de la población de la cola debía morir, para restaurar el balance. ¿Se puede comparar con las ocasionales guerras sin sentido que ocurren el mundo? No sé si son tan planeadas por un tema de reducir la sobrepoblación, pero sí por motivos económicos, que terminan siendo más inescrupulosos.
Otro factor importante es el papel que juega la educación. La escuela en la que estaban los hijos de los ricos era una especie de secta religiosa, en la que le lavaban el cerebro a los niños con imágenes de lo positivo y efectivo que era vivir en el tren y lo importante que era seguir las reglas para que el motor siguiera andando, de lo contrario morirían congelados. Wilford era expuesto por la maestra como una deidad, el salvador de la humanidad… A los niños se les preparaba para que continuaran la labor creada por Wilford y para que nunca atentaran contra la seguridad del tren, ni mezclaran pobres con ricos, ni se les ocurriera intentar salir del tren. Eran manipulados, controlados a través del temor, para que siguieran las normas; algo así como el papel de la religión en nuestra sociedad actual: si no sigues las normas de Dios, recibirás el castigo divino.
En conclusión, esta película nos muestra de forma apocalíptica una gran realidad: «para liderar, hay que tomar medidas muchas veces extremas, que no son siempre las más éticas, pero son necesarias para mantener un bien común«. Todo lo que hizo Wilford fue tratar de mantener el orden dentro del tren y garantizar la supervivencia de la raza humana, sacrificando a los más débiles y vulnerables. Pasa en los países más desarrollados. ¿Está bien? No, no está bien, pero lastimosamente hemos demostrado que ese tipo de medidas drásticas e inhumanas funcionan la mayor parte de las veces. Muchas personas salen a protestar, pero no se dan cuenta que gracias a esas decisiones despiadadas e inescrupulosas que han tomado un puñado de líderes poderosos, es que el resto ha podido subsistir. Nos oponemos a las decisiones, sin embargo gozamos de sus consecuencias, porque no nos hemos atrevido a presentar una alternativa mejor y más efectiva. No estoy de acuerdo con ese método de «el fin justifica los medios», pero sería muy fácil criticarlo sin vivirlo. Al final, cuando Wilford le cuenta toda la verdad a Curtis (interpretado por Chris Evans), este se da cuenta de la gran responsabilidad que requiere estar a la cabeza del tren y tener control de los motores, además de las decisiones que eventualmente tendría que tomar si ejercía como líder.
Definitivamente recomiendo que vean «Snowpiercer», porque seguramente los llevará a reflexionar sobre estos y otros muchos aspectos sociales, culturales, religiosos y políticos. La historia está muy bien armada, con excelentes puntos de giro y revelaciones que la hacen interesante en todo momento. Las actuaciones de Chris Evans («Captain America»), Jamie Bell («Billy Elliot»), Octavia Spencer («The Help»), Tilda Swinton («We Need To Talk About Kevin»), Ed Harris («Pain & Gain»), John Hurt («V For Vendetta») y Kang-Ho Song («Gwoemul») fueron realmente espectaculares, especialmente la actuación de Swinton, que siempre es muy apreciada. La trama es violenta, combinada con un poco de cinismo, hasta cierto punto cruel; variando su tono dramático a un tono burlesco que nos incomoda, especialmente cuando las escenas involucran miembros de la clase alta, tal vez como una representación de esa superioridad que cree tener el rico sobre el pobre, pensando que puede controlarlo y engañarlo con pequeñeces. ¡Vale la pena verla!
Trailer – «Snowpiercer»:
Escrito Por: Enrique Kirchman