El veterano actor Riggan Thompson, recordado únicamente por interpretar a un superhéroe en sus años mozos, quiere retomar su carrera dirigiendo y protagonizando una obra teatral. Para esto deberá lidiar con los aires de grandeza del elogiado actor Mike Seiner, tratar de conseguir una buena crítica de la respetada Tabitha Dickenson, manejar la rehabilitación de las drogas de su hija Sam, complacer a su novia Laura y, por si fuera poco, enfrentar sus propias inseguridades y demonios internos que lo acechan diariamente. Esta es básicamente la premisa de «Birdman», la última película coescrita y dirigida por Alejandro González Iñárritu, que se aleja un poco, en cuanto al género, de sus trabajos anteriores como «Amores Perros», «21 Grams» y «Babel», aunque manteniendo esa despiadada y cruda realidad que rodea el universo diegético de sus personajes.
Esta obra metanarrativa, que introduce el arte teatral dentro del arte cinematográfico, funciona en todo momento como un autoanálisis del medio y en lo que se ha convertido. Aborda el significado del verdadero talento, lo taquillero y lo que actualmente se conoce como «viral». González Iñárritu nos plantea el declive artístico del cine, que se ha enfocado en inmutables y sosos relatos de acción, plagados de efectos visuales y sonoros, donde el talento actoral, los buenos diálogos y las historias impactantes quedan rezagadas en la preferencia de un selecto grupo culto de espectadores. Así lo demuestra en la escena en la que Riggan está buscando urgentemente a un actor para poder continuar con su obra, y le pide a su productor, Jake, que consiga a un buen actor como Woody Harrelson, a lo que Jake responde «Está filmando «The Hunger Games»; luego pide a Michael Fassbender, y Jake responde «Está filmando «X-Men»; pide a Jeremy Renner y Jake responde «Él es uno de los Avengers», a lo que Riggan replica «¡Maldición! Lo tienen a él también«. En esta jocosa escena, es evidente que González Iñárritu hace referencia a cómo los buenos talentos han sido atraídos por las películas blockbusters de ciencia ficción y superhéroes que ahora dominan las carteleras de cine, dejando poca cuota de pantalla a obras muchísimo más artísticas, desde su guion, fotografía, musicalización y actores, entre otros aspectos de la puesta en escena.
Para hacer la comparación entre talento y modelos taquilleros, el director nos introduce en el teatro, y realiza la película de tal forma que el espectador se siente como en la butaca de un teatro, viendo a los actores desplazarse con cortes casi que imperceptibles, a través de largos planos secuencias que evidentemente hacen resaltar el gran trabajo fotográfico de Emmanuel Lubezki. Su trabajo como director de fotografía no fuera tan perfecto si no fuera por el apoyo también de un excelente elenco, que acompañó a la perfección el ritmo interno del plano, no solo a través de los coreografiados desplazamientos frente a cámara, sino por sus interpretaciones impecables que seguro les demandó improvisación y espontaneidad. Con solo esta estética teatral de pocos cortes, revelando incluso la fuente de la acertada banda sonora, cuando aparece el baterista Antonio Sánchez en uno de los decorados, González Iñárritu le da una lección a sus colegas directores y actores, brindando una comedia intelectual, de humor negro, que lleva al límite todos su elementos, por la temporalidad real que maneja en sus escenas.
Pero «Birdman» incluso va más allá, criticando a aquellos que recurren al ridículo, al exhibicionismo y lo absurdo para buscar fama. El director nos expone a través del personaje de Sam, la hija de Riggan, cómo piensan las generaciones actuales respecto a la relevancia de una persona, sea una figura pública o no, en este excelente monólogo que seguro fue lo que hizo que Emma Stone obtuviera una nominación al Oscar por este personaje:
Tú tuviste una carrera, papá, antes de la tercera película sobre el cómic. La gente empezó a olvidar quién estaba dentro de ese disfraz de pájaro. Estás haciendo una obra basada en un libro que fue escrito hace 60 años, para mil personas ricas, blancas y viejas, cuya única preocupación es dónde irán a comer pastel y café después que se termine la obra. A nadie le importa una mierda, solo a ti. Y, seamos sinceros papá, no estás haciendo esto por amor al arte, lo estás haciendo porque quieres sentirte relevante de nuevo. Bueno, ¿adivina qué? Hay un mundo entero allá afuera que pelea por ser relevante cada día y tú actúas como si eso no existiera. Las cosas suceden en un lugar que tú ignoras, un lugar que, por cierto, ya se ha olvidado de ti. Digo, ¿quién carajo eres? Odias a los blogueros, te burlas de Twitter… Ni siquiera tienes un página de Facebook. Tú eres el que no existe. Haces esto porque estás aterrado, como el resto de nosotros, de que no seas importante. Y, ¿sabes qué? Tienes razón. No lo eres. No es importante. ¿Ok? Tú no eres importante. ¡Acostúmbrate!
Twitter, Facebook, Instagram y Youtube, entre otras redes sociales, se han convertido en un mecanismo de posicionamiento personal, a través del cual las personas buscan sus 15 minutos (o más) de fama. Como lo definió Sam: convertirse en un fenómeno viral actualmente es sinónimo de poder. Y es por eso que en la película hacen referencia de forma burlesca a Justin Bieber, como una imagen negativa para la juventud, o cuando Riggan enfatiza en que el día que murió Michael Jackson también murió la talentosa Farrah Fawcett, y muchos no se enteraron porque se le dio cobertura masiva a Jackson solamente. En todo momento se cuestiona el trabajo, la carrera, el profesionalismo versus la desfachatez de los actos en que muchos «sin talentos» (como las Kardashian, por ejemplo) incurren para llamar desesperadamente la atención, alimentando el amarillismo.
Lastimosamente, la conclusión del director es que a la larga, la desesperación por sobreponerse al surgimiento de nuevos rostros deificados por las masas nos lleva a caer en su juego. Así es que Riggan experimenta accidentalmente el poder de lo viral cuando camina en ropa interior por Time Square y se convierte en la sensación de Youtube, o cuando más tarde decide dispararse realmente en la escena final de la obra, captando la atención positiva de la crítica Tabitha Dickenson. Pero González Iñárritu también deja claro que llegar a este punto de figuración desesperada es un suicidio artístico, y así lo entendemos cuando Riggan se lanza por la ventana en la última escena. Aunque simula estar volando, entendemos que se entregó a esa voz interna de su personaje de Birdman, pero sabemos que él solo es producto de su imaginación, por lo que en realidad se lanzó al vació desde la ventana de su habitación del hospital. Psicológicamente, el «ello» de Riggan, ese aspecto incontrolable que representaba Birdman, lo trataba de convencer en todo momento de volver a la mediocridad artística como un actor de acción. Cuando lo persigue en la calle y de repente aparecen unos helicópteros, soldados disparando y explosiones en una escena surreal, Birdman dice:
De eso estoy hablando. Armas grandes, pesadas, misiles… Mira a esta gente, mira sus ojos como brillan… Aman esta mierda, aman el caos, aman la acción… Nada de estas mierdas de puros diálogos depresivos y filosóficos…
En esta escena, Birdman le habla a la cámara, simulando una subjetiva de Riggan, pero en realidad, le habla al espectador. Cuando dice «Mira a esta gente, mira sus ojos como brillan…» se refiere a ese público que debió reaccionar emocionado al ver las explosiones repentinas en una película que venían hasta ese momento con puros diálogos. ¡Y es cierto! Mucha gente que vio «Birdman» pensó en ver una película sobre un superhéroe y salió decepcionada al no ver más que esta particular escena de acción. González Iñárritu da en el clavo del cambio generacional de quienes hacen cine y quienes lo ven.
Sin duda alguna, «Birdman» queda para la posteridad como una obra de arte, esa autocrítica artística metanarrativa que hace este cineasta, para replantearnos un problema que afecta no solo al medio cinematográfico, sino que habla de un problema sociocultural de la dirección que está tomando la humanidad en cuanto a sus cuestionamientos existenciales.
La película cuenta con las actuaciones de Michael Keaton («Batman») como Riggan, Edward Norton («The Incredible Hulk») como Mike y Emma Stone («The Amazing Spider-Man») como Sam —irónicamente, los tres participaron de películas de superhéroes—, con la participación adicional de Naomi Watts («King Kong») y Zach Galifianakis («The Hangover»). A pesar de que todos hicieron un buen trabajo, Keaton es quien en mi opinión se destaca más, por su increíble caracterización de un hombre con evidentes problemas de disociación (parecidos a la esquizofrenia), oscilando entre el Birdman con poderes y el Riggan mortal, demostrando su indiscutible talento al cargar por entero con el peso de cada plano secuencia, desde su expresión corporal hasta emotiva.
Trailer:
Escrito Por: Enrique Kirchman