{Crítica} «Beasts Of No Nation»: Una Espeluznante Realidad Africana


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Es increíble ver la brecha sociocultural tan grande que existe entre un continente y otro. Mientras que de Oceanía poco se escucha, y de Europa, América y Asia mucho se habla en términos socioeconómicos, al continente africano lo tenemos olvidado y figura actualmente como la región más pobre del planeta. Todas las estadísticas negativas que podamos imaginar es probable que tengan su mayoría en uno de los países que lo integran. La corrupción, gobiernos dictatoriales y opresores, guerras civiles perennes, hambruna y su frágil sistema educativo contribuyen a que este sector se haya estancado en todos los sentidos, con contados países donde se puede aspirar a un nivel de vida estable. En 2015, Cary Joji Fukunaga («True Detective») se encarga de mostrarnos una de las tristes y aterradoras realidades de África, al escribir y dirigir la película «Beasts Of No Nation», que se enfoca en los niños soldados que se unen a las distintas guerrillas, ya sea por desesperación, presión, miedo o supervivencia.

Protagonizada por el joven talento emergente Abraham Attah, como Agu, con la participación adicional del galardonado Idris Elba («Mandela: Long Walk To Freedom»), como el comandante, esta película constituye el primer largometraje original de Netflix, que no solo fue nominado al Golden Globe por la actuación de reparto de Elba, sino que tiene grandes posibilidades de ser reconocida con varias nominaciones en los Oscar; y no es para menos, ya que definitivamente su trama es impresionante.

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Violenta, desgarradora y cruda, «Beasts Of No Nation» se encarga de enmarañar al espectador con escenas iniciales que muestran a unos simpáticos, avispados pero inocentes niños, entre esos Agu, que se pasean por su pueblo con un inservible televisor, sin pantalla, que pretenden vender con artimañas jocosas, haciendo que los compradores potenciales miren a través de la supuesta pantalla, mientras ellos se colocan a actuar del otro lado, pidiéndoles que usen su imaginación como si en verdad la TV funcionara. La escena tal vez es una analogía de lo que el resto de la humanidad percibe desde su televisor, miles de kilómetros lejos de lo que en realidad se vive en África, «usando su imaginación» para elaborar una idea que no es ni remotamente cercana a lo que ocurre en el día a día africano. Esta escena inicial nos hace sonreír, nos genera inmediatamente empatía por Agu, porque nos hace pensar que a pesar de sus carencias, los niños poseen una gran imaginación propia de su edad, pero extraña por su nivel de vida. Sin embargo, poco tiempo después vemos el otro lado de esa vida. La necesidad que muchas familias tienen de optar por migrar de un país a otro, dentro del continente, huyendo de los saqueos, violaciones y muertes que trae la guerrilla, que a fin de cuentas no se sabe cuál es el bando correcto, porque todos los grupos son salvajes y violentos.

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La trama se concentra en el pequeño Agu y cómo se ve separado inicialmente de su madre y pequeña hermana, quienes consiguen migrar a otro lado (aunque no se sabe si logran sobrevivir), para luego ver cómo un grupo de soldados asesinan a su padre y hermano. Desde este momento el espectador empieza a notar la mutación de aquel niño inocente, travieso y risueño que engañaba a otros para que le compraran un televisor dañado; y convertirse sin otro remedio en un despiadado soldado de la guerrilla si quiere sobrevivir. Fukunaga nos muestra cómo estos niños caen desde muy pequeños dentro de estos grupos rebeldes, algunos secuestrados, otros como Agu, porque ya no tienen dónde ir. Luego muestran cómo el comandante les lava el cerebro con falsos ideales, honrando su supuesta pelea por justicia, oponiéndose a las clases poderosas y prometiéndoles bienestar económico, pero principalmente, asegurándoles venganza por la muerte de sus seres queridos. Esta sed de venganza es la que termina impulsando a Agu a cometer los más atroces asesinatos, como cuando enviste a machetazos en la cabeza a un ingeniero de otro grupo militar, una escena realmente impactante, y de las más fuertes que he visto en mucho tiempo. En ese momento, su primer asesinato, Agu pierde su inocencia, y su situación empeora cada vez más cuando es inducido a las drogas y abusado sexualmente por el comandante. Su arco de transformación se completa cuando al entrar a una casa encuentra a una señora escondida con su hija, y Agu contribuye a matar a patadas a la niña, mientras que le da un disparo en la cabeza a la madre cuando otro la violaba.

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«Beasts Of No Nation» es una realidad brutal de la pérdida de la inocencia. Al ver la película sabemos que está ambientada en África, pero nunca especifican en qué país exactamente. Si asociamos la decisión del director de no revelar en qué ciudad o región están con el nombre de la película (cuya traducción al español es «Bestias de ninguna nación»), tal vez podemos interpretarlo como que esta situación no es exclusiva de un sector, sino de todo el continente, en mayor o menor medida. Niños que son arrancados de su seno familiar, obligados a vivir situaciones que ni un adulto pudiera soportar, que no tienen oportunidad a una educación ni elección de otro estilo de vida. Incluso los que son rescatados, como vemos al final de la película, nunca vuelven a ser los mismos, tal y como dice Agu: «Si esta guerra termina, no podré volver a hacer cosas de niño«, porque lo que este chico vio e hizo lo perseguirán durante toda su existencia.

El pequeño Abraham Attah nos cautiva con su actuación, que definitivamente no debió haber sido fácil por el tema tan duro que le ha tocado recrear, y en mi opinión merece estar nominado como mejor actor en los próximos Oscar, ya que su interpretación se mantiene natural, como si efectivamente se tratara de un chico atravesando esos problemas. Una actuación bastante realista. Pero el trabajo de Attah no hubiera sido posible sin el apoyo de Idris Elba, quien nos muestra un lado salvaje, inescrupuloso y despiadado, que genera naturalmente una respuesta actoral como la que nos brindó Attah.

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Foto: Grupo real de niños soldados en África.

Cabe recalcar la musicalización autóctona de Dan Romer, que refuerza la ambientación y ayuda a transportarnos a la región, y también es digna de elogiar la fotografía, también responsabilidad de Fukunaga, con encuadres bastante dramáticos que potenciaron los puntos altos de la historia, y que nos generaron angustia. En resumidas cuentas, una película muy bien hecha, aunque es del tipo que solo se vería una vez, ya que es un drama tan impresionante que resulta abrumador y hasta de mal gusto para quien no está acostumbrado a ver en pantalla ese nivel de violencia, especialmente cuando los ejecutores son niños.

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Trailer:

Escrito Por: Enrique Kirchman

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