{Crítica} «Hands Of Stone»: ¡Le Faltó Un Verdadero ‘Gancho’!


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Desde que se anunció, hace ya varios años, que se haría una película basada en la vida del célebre boxeador panameño Roberto ‘Manos de Piedra’ Durán, Panamá —y la fanaticada mundial— no ha dejado de ansiar su estreno. Las ganas se acrecentaron cuando revelaron un elenco integrado por el extraordinario Robert De Niro, siendo esta su cuarta película sobre boxeo, con memorables cintas como «Raging Bull» (1980); Ellen Barkin («Animal Kingdom»); John Turturro («Barton Fink»); el talento panameño de Rubén Blades («Fear The Walking Dead»); la hermosa Ana de Armas («Knock Knock»), el cantante Usher Raymond y el venezolano Édgar Ramírez («Joy» y «Point Break»), como ‘El Cholo’ Durán, quien vino a reemplazar al actor mexicano Gael García Bernal («Y Tu Mamá También»), quien había sido pensado inicialmente para el rol, pero renunció al proyecto.

Mucha expectativa generada. Todo un misterio detrás de su producción (y uno que otro chisme de rodaje). Se habló hasta de un Oscar Buzz, por el respaldo De Niro y la afortunada distribución de The Weinstein Company, pero lo cierto es que la película, en términos boxísticos, abandonó el cuadrilátero narrativo tal cual como Durán abandonó su segunda pelea con Sugar Ray.

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Dirigida por el venezolano Jonathan Jakubowicz, «Hands Of Stone» presenta un primer problema en cuanto a su narración y relato. Recordemos que la narración se refiere a qué cuento, mientras que el relato es cómo lo cuento, por lo que Jakubowicz falló como guionista y como director.

El paradigma de la historia es una pelea de Durán en el Madison Square Garden, cuando Ray Arcel (De Niro) lo conoce a través de Carlos Eleta (Blades). De repente, una serie de flashbacks y flash forwards ocurren, con imágenes de su niñez, luego de adolescente y luego cuando está entrenando con Ray, que por un momento se vuelve confusa la temporalidad. ¿Qué nos quiere mostrar? ¿Eran necesarias las idas y venidas al pasado, presente y futuro de la historia? Estas escenas del inicio, además, se caracterizaron por una fotografía casi que publicitaria, con unos travellings circulares y movimientos que en general pretendían mostrar un dinamismo visual y no la subordinación de la fotografía al relato, para enfatizar momentos, para puntualizar el drama y para dirigir la mirada del espectador.

Posteriormente, la fotografía se compone, ya entrado el segundo acto, que es cuando el público ya se entera de la temporalidad en que se va a manejar la línea de acción. El problema de aquí en adelante es que Jakubowicz quiere acaparar mucha historia, haciendo un listado de momentos de la vida de Durán, sin profundizar en ninguno. Lo peor es que incluye elementos innecesarios y casi que forzados, como el «interés político» de Durán, las escenas del 9 de enero de 1964 y la firma de los tratados Torrijos-Carter, entre otras cosas, que son temas históricos bastante sopeteados en la reducida producción cinematográfica panameña, que honestamente ya no genera ni un sentimiento patriótico de lo mucho que lo han sacado a relucir. Parece que Jakubowicz quería forzar ese aspecto «sociocultural y político» para darle más profundidad a su drama, pero queda como una mención que nada aporta ni a la trama, ni a los personajes.

U.S. WBC welterweight champion Roberto Duran hits the speed bag as his veteran trainers, Freddie Brown, left, and Ray Arcel, right, watch during a workout for his title rematch with U.S. Sugar Ray Leonard, New Orleans, LA, Nov. 15, 1980. (AP Photo)
Foto: El verdadero Roberto Duran (centro) entrenando en 1980 con Freddie Brown (izq.) y Ray Arcel (der.) para su segunda encuentro con Sugar Ray Leonard.

Los que son fanáticos de dramas deportivos como «The Fighter», «Warrior», «Invictus», incluso la comedia «Space Jam» de los Looney Tunes con Michael Jordan, se habrán podido dar cuenta que desde el segundo acto uno sabe cuál va a ser el enfrentamiento final del deportista o del equipo, por lo que la historia se apoya en ese «gran enfrentamiento», que por lo general es el clímax de la película, para ir llevando al espectador de la mano del protagonista, causando tensión y expectativa. ¡Eso no sucede con «Hands of Stone»! Cuando supe que Usher interpretaría a Sugar Ray Leonard, pensé que el director tomaría ese fragmento de la vida de Durán para contar cómo llegó hasta ese primer enfrentamiento con un boxeador que en su carrera solo llegó a perder contra el pugilista panameño; pero no… El enfrentamiento Durán v. Leonard fue a mitad de película y fue opacado por el segundo encuentro que Durán abandona. Entonces, cuando las emociones del espectador van in crescendo, Jakubowicz la desalienta al contar una época de descenso en la vida de Durán. En resumidas cuentas, lo que debió hacer el director fue:

Opción 1: empezar con la pelea de Leonard en el primer acto; luego, en el segundo acto, mostrar su descenso y posterior interés en volver al ring, su entrenamiento y preparación para enfrentarse contra algún contrincante que representara una amenaza; y terminar con una extraordinaria pelea en el tercer acto, donde se viera su comeback triunfal…

Opción 2: empezar con su vida adolescente cuando entrenaba para sus primeras peleas en el primer acto; su conflicto previo al enfrentamiento con Sugar Ray Leonard en el segundo acto; y finalmente, el gran encuentro Durán v. Leonard.

Supongo que el director eligió un punto medio entre las dos, que mató todos los puntos altos de acción, agregando escenas que nada sumaron a la trama, ni siquiera ahondando en la subtrama de la relación amorosa con su esposa Felicidad, que hubiera al menos cautivado por ese lado. Por el contrario, trama y subtrama fueron abordadas muy superficialmente, por la inhabilidad de elegir un momento preciso que contar, en lugar de abarcar tantas épocas de semejante personaje.

Foto: Roberto Durán y el actor venezolano Édgar Ramírez, quien dio vida a su personaje en «Hands Of Stone».

Pero este es solo el primer problema. El mayor de todos fue la focalización interna múltiple, que ocasiona cierta ambigüedad en la identificación del protagonista. Tengamos en cuenta que aunque la película se llame «Hands Of Stone» —que en realidad no entiendo por qué no le pusieron «Manos De Piedra», si es una coproducción entre Panamá (y Venezuela) con Estados Unidos—, el protagonista es Ray Arcel, o sea De Niro. Al menos lo era hasta casi finalizado el segundo acto, cuando Ray decide retirarse como entrenador (momento que decidieron contar con una gran elipsis). Ray es la voz en off que escuchamos durante toda la película; es quien tenía más que arriesgar, porque lo amenazaba la mafia; es a quien se le ahondó de manera más íntima su vida personal (el problema de su hija drogadicta, interpretada por Drena De Niro, la hija verdadera del actor) y fue quien en realidad llevó adelante a Durán. Sin embargo, no resuelve el conflicto. Al final Durán gana con el apoyo de su inicial entrenador, Plomo.

En algunos momentos parecía ser Durán el protagonista, que en realidad era el antagonista, porque le ponía muchos obstáculos a Ray por su obstinación. Pero Jakubowicz también contó la historia, en gran parte, desde el punto de vista de Durán, por lo que lo hacía más confuso. De momentos incluso cambió la focalización a Carlos Eleta y a Sugar Ray… Cosa que no era necesaria, teniendo a un narrador omnisciente, que podía facilitarle los cambios focales, sin afectar el protagonismo.

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Lastimosamente, y con mucho pesar lo digo, «Hands of Stone» no cumple con los requisitos para nominaciones de alto calibre, aunque debo decir que a nivel producción supera muchos otros proyectos locales. Digo, manejaron un presupuesto de $20 millones, que son más que suficiente para hacer un excelente drama que no necesita mayores gastos en efectos especiales. La película se deja ver, porque no llega a ser aburrida, pero tal vez ese es mi lado panameño que habla, porque quien no sea panameño ni fanático, no llega a empatizar con los personajes, y tal vez sí la encontrará aburrida. Otro gran problema de las producciones panameñas (al menos las más promocionadas), que están hechas para un público local y no pensamos en cómo la apreciaría alguien que no conoce la historia nacional: «Invasión» e «Historias del Canal» son dos ejemplos de esos productos que no son exportables, al menos que sean para concursos en festivales y premiaciones (que está muy bien participar en ellos, claro está, pero me refiero a la rentabilidad en taquilla internacional).

En lo que sí debo hacer énfasis de manera positiva es en la participación de Édgar Ramírez como Roberto Durán. Ramírez logra captar los gestos, el estilo y hasta la voz rasposa de ‘El Cholo’, ni hablar del gran parecido físico en sus años mozos. Tal vez no logra deshacerse del acento venezolano del todo, por lo que el uso de palabras obscenas se justifica, para darle ese énfasis indiscutible con panameñismos. De Niro tiene un participación normal, no decepciona, pero seguro no es de lo mejor que hemos visto de él. En cuanto al resto de las actuaciones, Ana de Armas me deslumbró con su belleza, pero además también hizo un buen trabajo actoral. Rubén Blades se mantiene muy natural, como siempre. Me hubiera gustado ver más talento artístico nacional en personajes principales, y no breves cameos como los de Aaron Zebede (el papá de Felicidad).

Foto: Usher Raymond como Sugar Ray Leonard y Édgar Ramírez como Roberto Durán en «Hands Of Stone».

Otro aspecto en el que me hubiera gustado ver algo más de trabajo fue en el de canciones y partituras musicales. Creo que «Hands Of Stone» tenía la oportunidad de sobresalir al menos en una canción original escrita exclusivamente para la película, especialmente al tener un talento como el de Rubén Blades y, por qué no, hasta el de Usher, entre los actores. Tal vez por ahí se hubieran colocado entre las nominaciones a las que aspiran [Fe de Errata: la película sí tiene una canción original llamada «Champions», de Rubén Blades con Usher.].

En fin, es una película que definitivamente no pueden dejar pasar, por su significado nacional, pero no esperen ver la joya del «cine panameño» como todos nos ilusionamos con ver al principio.

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Trailer:

Escrito Por: Enrique Kirchman

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