Hace unos días, en eso que miraba los primeros post del timeline de Facebook —por lo general veo los primeros 10 y luego me aburro— me topé con un comentario de esos que evidentemente tienen un tono bíblico de «aquellos que tengan oídos para oír, que oigan«… Lo escribió una excompañera de trabajo, colega y amiga, refiriéndose en tono sarcástico a la errónea concepción de que solo aquello que es «taquillero» es bueno y exitoso.
Su comentario emergió indirectamente (o muy directamente, pero disimulado) por otro post, de alguien que desconozco, pero cuya opinión sobre lo que se considera «buenas películas» pude leer. Según aquel individuo al que nos referiremos por lo que resta del artículo como ESPECTADOR COMÚN, el secreto para hacer buenas películas es que «tienen que ser comerciales… películas relevantes para el público que va al cine»… Ya aquí hay un problema con su afirmación, porque yo dudo mucho que George Lucas haya considerado «Star Wars» como una trama «relevante» para el público de 1977. ¿Es que acaso en 1977 la gente decidió que la vida en una galaxia muy muy lejana era algo que les interesaba ver en pantalla?
¿Cuáles son las películas relevantes para un público? ¿Quién decide qué es relevante? Este supuesto «secreto» que el ESPECTADOR COMÚN se jacta de darnos es completamente erróneo, o al menos mal explicado, si es que le queremos dar el beneficio de la duda. Independientemente de eso, no nos cabe la menor duda de que el ESPECTADOR COMÚN es una víctima más de lo que Mario Vargas Llosa llamó «la banalización de la cultura» en su libro «La Civilización del Espectáculo»; es un creyente más de la cultura mainstream, que seguramente cree que leer «50 Shades Of Grey» y «El Código Da Vinci» lo hacen parte de la comunidad intelectual.
Para esta nueva cultura son esenciales la producción industrial masiva y el éxito comercial. La distinción entre precio y valor se ha eclipsado y ambas cosas son una sola, en la que el primero ha absorbido y anulado al segundo. Lo que tiene éxito y se vende es bueno y lo que fracasa y no conquista al público es malo. El único valor es el comercial. La desparición de la vieja cultura implicó la desaparición del viejo concepto de valor. El único valor existente es ahora el que fija el mercado.
En este extracto de «La Civilización del Espectáculo», se puede casi que percibir el enojo de Vargas Llosa al definir el pensamiento banal de la sociedad actual en general y de nuestro equivocado ESPECTADOR COMÚN que piensa que una película debe simple y llanamente entretener… De hecho, tiene la osadía de sugerirnos que si queremos hacer documentales (si no has vistos buenos documentales, te recomiendo estos en este link) o películas experimentales, nos dediquemos a la TV o a los medios digitales… No sé por qué quiso disminuir lo que se hace en televisión, si de hecho, a nivel mundial la TV ha agarrado más fuerza que nunca con propuestas tan cautivadoras y producciones tan exhorbitantes que están ocasionando algo tan inusual como descarrilar a grandes actores y directores del cine, hacia la caja tonta y el streaming (Netflix, Hulu, Amazon)… Ahí tenemos a Kevin Spacey y Robin Wright en «House Of Cards», Nicole Kidman y Reese Witherspoon en «Big Little Lies», y hasta Robert De Niro y Julia Roberts están ambos trabajando en sus respectivas series para 2018.
Estimado ESPECTADOR COMÚN, el cine, antes de ser un negocio, nació como un invento científico, como parte del movimiento positivista de finales del siglo XIX, con la intención de hacer el bien y buscar un beneficio para la humanidad. Pronto mutó a ser un medio artístico, que no demoró en adquirir códigos lingüísticos que lo convirtieron en un medio de comunicación masivo, desvirtuándose entonces en un negocio. Grandes talentos como Alfred Hitchcock confesaron hacer películas solo para llenar las butacas de las salas del cine, pero aún con esa concepción, nunca dejó de hacer obras que perduraran en el tiempo, y no efímeras como mucho de lo que hemos visto hasta ahora en la producción nacional. Hitchcock tenía lenguaje, técnica, estética y mensajes subliminales —como las constantes referencias sexuales en sus películas: la necrofilia y el incesto en «Psycho», el homosexualismo en «Rebecca» y «Rope», el voyeurismo en «Rear Window», en una época de estricta censura por el Código Hays— que de paso llenaba taquillas con sus tramas, pero nunca optó por lo chabacano ni lo vulgar para vender una entrada.
Hace unos años, en un ensayo, me tomé la libertad de definir tres tipos de espectadores: el ESPECTADOR CULTO, aquel que disfruta e interactúa al ver «Ladrón de Bicicletas» e identifica las características de una película neorrealista italiana, o el que puede identificar el período del expresionismo alemán, la nouvelle vague francesa o el cinema novo de Brasil. El ESPECTADOR CRÍTICO, aquel que conoce la técnica del cine, que puede desfragmentar todos sus elementos estilísticos, lingüísticos y fílmicos para analizar e interpretar la obra. Y el ESPECTADOR COMÚN, ese ser pasivo que se sienta en la sala con la falsa idea de entretenimiento, anulando sus sentidos por dos horas para consumir todo lo que ve consciente e inconscientemente adoptándolo en su cultura y luego se encarga simplemente, debido a su ignorancia, de categorizar las películas en buenas o malas, sin ningún fundamento válido.
Obviamente, todo realizador hace su película para que sea vista. Si tenemos la aceptación del público y de la crítica, ese es un bono adicional, pero no tiene por qué ser mi motivación principal. Panamá tiene mucho que contar, y hay muchas formas de hacerlo, no solo a través de los distintos géneros y subgéneros, sino de los distintos formatos. Es comunicar una idea, contar una historia, hacer una crítica social, crear un movimiento y, ¿por qué no?, hasta vender algo.
Panamá está en sus primeros pasos cinematográficos, pero no por eso hay que alabar todo lo que se produzca, porque en la autocrítica y en las críticas CONSTRUCTIVAS (no destructivas), está el aprendizaje y la evolución. Se han hecho hasta ahora grandes producciones en nuestro país («Chance», «Invasión», «Historias del Canal», «Rompiendo La Ola», «Salsipuedes», «Kimura», «Caja 25», «Kenke», «Más Que Hermanos», «El Cheque», «Donaire Y Esplendor», etc.), pero incluso «Hands Of Stone», con De Niro, Usher, Barkin y Édgar Ramírez, no se salvó de una dura y justificada crítica y de una mala taquilla global (según Box Office Mojo solo recaudó $4,712,792 millones, de $20 millones que costó hacerla); por más que en Panamá se llenaran las salas, en el resto del mundo no necesariamente cautivó… Tal vez sucedió, como dice nuestro ESPECTADOR COMÚN, que para el resto del planeta no fue RELEVANTE…
Escrito Por: Enrique Kirchman