***Advertencia: Datos Importantes De La Película Son Revelados***
Creo que si hay algo en lo que el realizador audiovisual panameño no ha decepcionado hasta ahora es en el género documental. Mientras que en la ficción han habido sus altibajos, en la parte documental nos hemos mantenido con producciones de muy buen gusto: desde «Invasión» (2014) de Abner Benaim, pasando por «Rompiendo La Ola» (2014) de Annie Canavaggio hasta «Caja 25» (2015) de Mercedes Arias y Delfina Vidal; diferentes en tema, estilo y estructura, pero de gran interés, al menos para un público nacional que se identificó con esas historias, manteniendo un nivel de autenticidad y originalidad en su realización.
Sin embargo, la directora Ana Endara Mislov (del documental «Reinas», 2013) se aventuró en una propuesta documental con su reciente obra «La Felicidad Del Sonido» (2016), que aunque puede parecer abstracta al principio, al irnos adentrando en la trama nos hace descubrir pequeñas historias de personajes ordinarios, dentro de su cotidianidad, que se entrelazan por su afinidad con el sonido en una u otra medida.
Nos presenta a la mujer invidente, Carmen Magdalena Solano, con quien no podemos dejar de empalizar casi que de manera inmediata, a penas entra en escena. Tal vez por su condición sentimos más empatía o simplemente porque Endara Mislov capta su calidez, sencillez y humildad de tal forma, que nos envuelve. Queremos conocerla, queremos saber quién es y qué va a suceder con ella. Carmen nos deja una lección de cómo la pérdida de la vista no le ha impedido «ver» y apreciar la vida a través de sus demás sentidos. En ella no se percibe autocompasión ni siquiera la noción de un impedimento; habla de una niñez normal, en la que hizo exactamente lo mismo que sus hermanos para divertirse (jugar en un columpio, trepar árboles, etc.) y su sentido de normalidad respecto a su condición se revela al espectador cuando dice «¿Este micrófono hace las veces de un larga vista?«, haciendo la analogía entre la visión (lo que desconoce) y el sonido (con lo que se ha guiado toda su vida). Cabe recalcar la grata sorpresa al conocer que la hermosa voz que se escucha en la escena final, cantando «La Aparición» de Carlos Eleta Almarán, es la de ella.
«La Felicidad Del Sonido» es mucho más que una oda al sonido (como se ha descrito), también es una historia de múltiples protagonistas que hacen una declaración, ya sea personal, como la de Carmen, o sociocultural como la del músico que reparte CDs de música jazz y clásica en las calles para promocionar la cultura. Este personaje alega, mientras se pasea en su auto transmitiendo a través de un altavoz música instrumental de Bach, que al poder (entiéndase los Gobiernos y políticos) no le conviene un pueblo culto; cuando a un pueblo le interesan las artes, la música, el teatro, el cine, empieza también a cuestionar y eso los saca de la ignorancia en la que las cuatro familias poderosas del país y los Gobiernos de turno les conviene que vivan perennemente. Denuncias similares aparecen con el hombre de la radio comunitaria, quien le da voz a un recóndito pueblo de Tucué, en el que los locales expresan su preocupación por la sequía, cada vez más inclemente, que les ha echado a perder sus cultivos; o el señor que critica las leyes que pretenden regular la cultura y las tradiciones, como la pollera… «Nosotros somos temporales en la vida de los pueblos… No podemos decir que nos estancaremos entre los años 1800 y 2000«, aclaró en la radio comunitaria refiriéndose a los diputados que pretenden legislar la confección del traje típico en miras de preservar intacta su forma tradicional, ignorando que la evolución de los pueblos, social y culturalmente, no se puede congelar ni detener. No podemos evitar que cada generación interprete la cultura a su manera, no se puede legislar.
El documental también hace una especie de reflexión filosófica cuando uno de sus personajes habla de que así como las vibraciones de un aparato reproductor de audio influye en la emisión del sonido o de una melodía, así mismo las vibraciones afectan al ser humano en otros aspectos, porque incluso «los pensamientos tienen vibraciones«.
No nos damos cuenta [de] que a través de ciertas palabras estamos invocando ciertas fuerzas, igual que con cierta música estamos invocando ciertas energías… El 90% de la realidad del universo es invisible para nosotros.
Esta última oración nos lleva inevitablemente a comparar la vida como la percibimos nosotros, que podemos leer este texto, y como la percibe Carmen, que no cuenta con el sentido de la visión. ¿Será que a través de las vibraciones y del sonido, Carmen percibe más de la realidad universal que nosotros? No hay duda de que despierta en el espectador un cuestionamiento sobre el cual se pudiera hacer todo un nuevo documental, y esa curiosidad despertada por personajes comunes es lo que hace de esta obra algo realmente enriquecedor.
Endara Mislov recurre a una modalidad reflexiva de documental, en la que hay una revelación del dispositivo cinematográfico, aun cuando ella, como realizadora, no interviene directamente. Sin embargo, los actores sociales que forma parte de la obra sí revelan la presencia del dispositivo. Por ejemplo, el vendedor de pescado y vegetales que va en su pick-up y le pide al sonidista (que aparece en escena) que ya deje de grabarlo. O cuando el promotor de la radio comunitaria se reúne en una café con otro señor que señala a la cámara, preguntando si en la toma va a salir el mesero que los atendió. Incluso hay una escena en que unos niños y una señora escuchan con audífonos los sonidos de pájaros antes captados, intercalando la imagen de los pájaros con las de ellos escuchando. O sea que, en cierta manera, «La Felicidad Del Sonido» hace énfasis en esa particularidad del cine, en el papel del sonidista en cada obra (que en este documental estuvo a cargo de José Rommel Tuñón), su función, la captación de capas y capas de sonidos de ambiente, naturales y artificiales, diálogos y musicalización que tal vez tomamos por sentado al ver una película, embelesados por el resultado final y la subordinación de cada área al relato, sin reparar en la particularidad de su realización. Tanto es así, que incluso elige una imagen en blanco y negro, que más allá de ser estéticamente agradable, tiene también el propósito de no distraer al espectador con la imagen, sino que al ver todo monocromo, se concentra en la parte auditiva de la obra. Aun así, Endara Mislov no descuida la imagen. El director de fotografía, Víctor Mares nos presenta unos dobles encuadres (cuando deciden mostrar en picado un charco de agua en el que se refleja la gente caminando por la esquina de una acera); primeros planos de los distintos actores sociales que nos ayudan a compenetrarnos con sus historias, como si fuéramos nosotros los que estuviésemos conversando con ellos; los planos detalles de los pies de Carmen cuando camina marcando el ritmo con su bastón; y esos imponentes planos abiertos y contrapicados del cielo, las aves, los tendidos eléctricos y los árboles, cuyo juego con las sombras le aportan más dramatismo al sincronizar lo que vemos con lo que escuchamos.
También es una oda a los sonidos panameños, a ese camión en el que el vendedor de pescado crea rimas y ritmos, con sátira y doble sentido, para potenciar su venta, al igual que los vendedores ambulantes que se suben en los buses; o el sonido hitchcockiano de la bandada de talingos en los tendidos eléctricos; o el campesino que saloma con versos jocosos.
Todas estas temáticas, algunas contempladas desde la etapa del guion, y otras accidentales que fueron sin duda surgiendo durante el rodaje, fueron cuidadosamente hiladas en un montaje muy prolijo (entre Endara Mislov y Jonathan Harker), cuyo trabajo debió haber sido muy complejo. Pero se nota una intención en sus transiciones, algunas de forma, otras por el sonido de una y otra escena, otras guiadas por los códigos gráficos y temas en común, como cuando aparece un letrero que dice «Hagan Silencio«, que sirve como segundo punto de giro del relato para llevar a los personajes a hablar del silencio, como resolución de la trama.
«La Felicidad Del Sonido» no es solo una expresión documental sino una expresión artística, exquisita, de buen gusto, en el que la narrativa, la fotografía, los personajes, los decorados y, por supuesto, el sonido, estuvieron pensados con un gran cuidado estético. Incluso, algunas tomas parecieran tener matices de antiguos movimientos vanguardistas, como el surrealismo de Buñuel y Dalí, cuando presentan el plano detalle del gusano o del picaflor, que parecían aleatorias pero irrefutablemente hermosas. Incluso la tipografía de los créditos iniciales y finales acompañan armónicamente el tono estético de la obra. No hay duda de que es un gran trabajo documental, que en mi opinión debió ser nuestra selección para representarnos en los premios Óscar, porque tiene todos los elementos fílmicos, lingüísticos y estéticos que hablan de una excelente obra del séptimo arte.
Y finalizo con una de mis frases favoritas de la película, porque a nivel textual, esta obra dejó muchas frases para tuitear…
«La persona sabia es la que habla cuando lo que va a decir es más valioso que el silencio.
Espero cumplir con lo antedicho…
Véala en Vimeo On Demand:
Escrito Por: Enrique Kirchman
Excelente crítica. No lo pudo decir mejor.
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