Escrito Por: Enrique Kirchman
Mientras que algunos encuentran excitante la idea de que Disney absorba franquicias y estudios de cine con la esperanza de que salve o reviva las historias de sus personajes favoritos —que no ha sido el caso de «Star Wars», por ejemplo, que ha venido dando repetidos tumbos narrativos desde que Disney compró Lucasfilm, con la excepción del excelente spin-off «Rogue One» —, yo encuentro algo preocupante la idea de que la industria cinematográfica hollywoodense pareciera estar volviendo a la época de sus inicios cuando el studio system predominaba con las denominadas majors —o principales estudios de la época dorada del cine estadounidense— como RKO, United Artists, MGM y 20th Century Fox. Durante las primeras décadas del siglo XX, estas eran las compañías que lideraban la producción y distribución cinematográfica, pero un gran sector de la industria, cansado del oligopolio y de que le impusieran limitantes a los actores y directores con contratos exclusivos que les imposibilitaban trabajar para otros estudios, hizo que poco a poco fueran naciendo nuevas compañías independientes que poco a poco fueron creciendo, democratizando la producción, exhibición y distribución de películas.
Actualmente, Disney se ha convertido en una de las compañías productoras y distribuidoras de contenido cinematográfico, televisivo y streaming más poderosas, importantes e influyentes del mundo. Y si lo analizamos desde una perspectiva sociocultural, política, económica e ideológica, este creciente monopolio audiovisual representa una amenaza.

El espectador pasivo y común puede no percatarse, pero que una sola compañía tenga tanto poder de influencia en el ámbito de la comunicación puede ser similar a una conquista monárquica de tronos, donde un único rey dicta las reglas del juego de su reino y de los territorios que estratégicamente absorbe, limitando, por ende, la expresión democrática de los otros. Trasladándonos a la industria audiovisual, esto implica que se limitan otros puntos de vista, estilos, estéticas, historias, narrativas y, por ende, otras ideologías. Expresándolo de una manera radical, imaginemos que el día de mañana Walt Disney Company decida no emplear a personas afrodescendientes en ninguna de sus producciones, canales de televisión, medios streaming, parques temáticos, etc. —recordemos que su fundador, Walt Disney, fue tildado de racista, sexista y antisemita en su época—, esto implicaría que un gran porcentaje del contenido audiovisual que invade las salas de cines y la televisión global carecería de la mirada e interpretación auténtica afroamericana, lo cual resultaría en la difusión masiva de contenido discriminatorio por omisión de una minoría. Sin dejar de lado los miles de talentos afroamericanos que quedarían desempleados.
Aunque este ejemplo extremo no sea el caso de Disney, particularmente, nos sirve para ilustrar lo que puede suceder en cualquier otro ámbito al permitir que un medio tenga tanto poder; sin contar la injusta competencia económica que representa para otras productoras que deben batallar con este gigante del monopolio a la hora de estrenar sus producciones.

Si lo vemos desde un ángulo político, imaginemos que el CEO de Disney, Robert Iger, decida apoyar un segundo periodo de Donald Trump en la presidencia de Estados Unidos. Iger podría exigirle a todos los creadores de contenido de la compañía que incluyan mensajes subliminales en apoyo a Trump, lo cual, tal como sucedió con Facebook en las pasadas elecciones —en las que esta red social jugó un papel importante al manipular el contenido político que le aparecía a sus usuarios para favorecer a Trump—, podría influir en gran medida en la decisión de los votantes, de forma directa o subliminal. No digo que Iger sea simpatizante con Trump, pero lo que quiero enfatizar es que la fuerza ideológica del cine no tiene límites ni barreras, y el hecho de que utiliza diversos códigos estilísticos y lingüísticos para expresar una idea, lo convierte en una forma de expresión universal. De ahí que represente un gran peligro que una sola compañía esté creciendo desproporcionadamente, controlando casi todos los formatos y medios audiovisuales más importantes y de mayor alcance.
Para tener una idea del crecimiento de Disney, repasemos sus adquisiciones solo en lo que va del siglo XXI, bajo el magistral liderazgo de Iger:
- En 2006 compraron la exitosa empresa de animación Pixar, que solía ser la división computacional de Lucasfilm bajo el nombre de The Graphics Group, que posteriormente compró Steve Jobs, hasta que Disney la adquirió por $7,400 millones de dólares.
- En 2009 compraron Marvel Entertainment por $4,000 millones de dólares y, con esa estratégica adquisición, pasaron a ser dueños de poco más de 5,000 personajes del universo de Marvel.
- En 2012 compraron Lucasfilm en $4,050 millones de dólares, con lo cual adquirieron los derechos sobre famosas sagas del cine como «Star Wars» y las películas del legendario aventurero Indiana Jones.
- En 2017 absorbieron 21 Century Fox, la compañía que conforma todas las producciones hechas por 20th Century Fox, por lo que se convierten en propietarios de los derechos sobre «Avatar», «Titanic», «Planet Of The Apes», «X-Men», «Deadpool», «The Fantastic Four», entre otros. Este es considerado el negocio más ambicioso de la historia de los negocios, por la suma de $71,300 millones. ¡Algo sin precedentes!
- Y en lo que a streaming se refiere, no conforme con que este año, en noviembre, lanzarán su plataforma Disney+ —motivo por el cual le quitarán a Netflix todo el contenido que tenga el sello Disney (o sea todas las películas y series de Marvel, por ejemplo; de ahí que las series «Daredevil», «Luke Cage», etc., fueron canceladas)— también compraron el servicio de Hulu.

Su poder económico y sociocultural es obsceno. Tan obsceno como los $66 millones que gana Iger anualmente. No en vano, la heredera de Disney y filántropa Abigail Disney —nieta del cofundador de la compañía, Roy Oliver Disney (hermano mayor de Walt Disney)— ha denunciado repetidas veces la abismal brecha que hay entre las ganancias de Bob Iger y el salario tan bajo que recibe un 10% de los trabajadores de los parques temáticos.
«Bob necesita entender que él es un empleado, igual que la gente que raspa las gomas de mascar de las aceras, y ellos merecen la misma dignidad y derechos humanos que él«, declaró Abigail Disney en el programa «Through Her Eyes».
Abigail visitó el parque de diversiones de la compañía y habló con algunos de sus empleados quienes la sorprendieron con sus comentarios…
«Cada una de las personas con las que hablé, me decía: ‘No sé cómo puedo mantener esta cara de felicidad y amabilidad, si tengo que volver a casa y buscar comida en la basura de otra gente‘», recordó Abigail sobre una conversación que sostuvo con uno de ellos.
Por si fuera poco, la compañía también enfrenta una demanda de parte de cuatro mujeres pertenecientes a cuatro departamentos distintos, que alegan discriminación de género e inequidad de oportunidades laborales en la empresa, en las que parecen no ser tomadas en cuenta para posiciones de liderazgo.
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Disney ha desestimado las críticas de Abigail y se defiende resaltando su programa Disney Aspire, a través del cual destinan $150 millones de dólares en programas educativos para unos 88,000 de sus empleados, con una cobertura del 100%, incluyendo matrícula, libros e impuestos; sin embargo, para Abigail Disney esto no es suficiente. Ella pide que la mitad de las ganancias de los altos directivos de la empresa se pueden dividir a la mitad y repartirla entre ese porcentaje de empleados que tiene un salario muy bajo respecto a su nivel de vida.
Para una empresa cuyos ingresos en 2018 fueron de alrededor de $59,000 millones de dólares, la probabilidad de tener un modelo ejemplar de trabajo y compensación laboral debería ser inspiradora y tan mágica como el mundo ficticio que proyectan. Pero que su heredera haya aparecido en varias ocasiones denunciando las políticas injustas de la compañía, contrarias a lo que su abuelo había construido considerando las labores más humildes, preocupa aún más en cuanto a ese monstruo mediático que se va fortaleciendo año tras año.
Disney está cambiando la industria cinematográfica y televisiva, desde el modelo de negocio hasta la mega-sinergia de sus estrategias de lanzamiento y marketing. Los efectos socioculturales tal vez no sean inmediatos, pero poco a poco, el cine se irá moldeando como consecuencia. Si el 40% de las películas blockbusters son controladas por una sola compañía, el 60% restante tendrá que reinventarse.