Escrito Por: Enrique Kirchman
Desde la consolidación de Netflix como líder de las plataformas de contenidos streaming a mediados de la década pasada —a pesar de que opera desde 1997, en ese entonces, ofreciendo el servicio de alquiler de DVD por correo postal—, mucho se ha especulado de la supervivencia de las salas de cine (y de la televisión tradicional, pero eso es harina de otro costal). No falta el que afirme que las salas de cine tienen sus días contados. Y es que tener miles de películas, series y miniseries a disposición de un clic, cuando el usuario lo necesite y donde lo necesite —en su celular, tableta, computadora o televisor—, produce una comodidad, para muchos, inigualable. Poder encender el aire acondicionado de la habitación, prepararse unas palomitas de maíz, servirse un vaso grande con Coca Cola y tirarse a la cama en pijamas para ver el último estreno mundial de un director cotizado con estrellas de primer nivel, te da el confort que ni la mejor sala VIP de Cinepolis te puede ofrecer. Si a eso le agregamos la variedad de plataformas streaming que se han sumado desde la aparición de Netflix, con contenidos cada vez más competitivos, como Hulu, HBO Max, Apple+ y Disney+, entre varios otros, definitivamente que nos puede llevar a sentenciar el fin de las salas tradicionales de exhibición.
Por si fuera poco, en la actualidad, con la presente pandemia de la Covid y sus estragos económicos (además de la inminente mortalidad), las salas de cine se han visto forzadas a cerrar sus puertas durante períodos prolongados a nivel global, por lo que la premonición ha cobrado más fuerza. Algunas producciones estimadas como potenciales éxitos de taquilla tuvieron que posponer sus estrenos para cuando las salas puedan reabrir a un público masivo, sin limitaciones, para tener la opción de multiplicar considerablemente las ganancias proyectadas en sus respectivos presupuestos. Varias de las películas blockbusters más esperadas de 2020 que decidieron mover sus fechas de estreno a 2021 fueron: la nueva película de la femme fatale de Marvel, «Black Widow» (estreno el 7 de mayo); el spin-off de Disney, «Cruella» (estreno el 28 de mayo); el remake del terror, «Candyman» (estreno el 27 de agosto); la esperada secuela del director John Krasinski, «A Quiet Place Part II» (estreno el 17 de septiembre) y la última entrega de Daniel Craig como James Bond, «No Time To Die» (estreno 8 de octubre). Sin embargo, a pesar de estos altibajos (más bajos que altos, recientemente), tengo un pensamiento más optimista y mucho menos fatalista respecto a la prevalencia de las salas de cine.
Las salas de cine no van a desaparecer, simple y llanamente, porque somos adictos al efecto que ellas producen en nuestro estado mental y emocional cuando pasamos dos horas promedio inmersos en su oscuridad. Bien lo dijo el teórico y sociólogo Siegfried Kracauer, quien comparó el efecto de las salas de cine con el que producen los narcóticos. Nos ubicamos en nuestra butaca rodeados de personas que comparten gustos similares con nosotros. La sala se oscurece y de esa manera nuestros sentidos se anulan o al menos reducen su alerta para quedar a merced de la narración cinematográfica. Tal cual como la dosis de algún opioide, nos aislamos de nuestra realidad y emprendemos un viaje casi onírico en el que nos perdemos hasta que la sala se vuelve a iluminar y nos trae forzosamente a nuestro duro presente. Y así como un adicto vuelve a consumir sustancias ilícitas para regresar a su nublado estado mental, los espectadores también regresamos a la sala de cine para experimentar otro viaje lejos de los problemas familiares, de las preocupaciones laborales, de los jefes gritones y de los hijos malcriados.
Esa sensación gratificante que nos produce la oscuridad de la sala de cine no la experimentamos en la habitación de nuestra casa viendo Netflix en nuestro televisor. ¡Ni hablar de dispositivos con pantallas más chicas! Puede ser que veamos la misma película que podríamos ver en el cine y el efecto no será jamás el mismo. En su texto «Salir del Cine«, el filósofo y semiólogo Roland Barthes definía esa oscuridad como «la propia sustancia del ensueño» casi hipnótico y «el color de un difuso erotismo«, porque estamos entregados a un profundo anonimato, aunque rodeados de mucha gente. Por el contrario, con la televisión desaparece la oscuridad y el anonimato, ya que «la televisión nos condena a la familia, al convertirse en el instrumento del hogar«, en otras palabras, a eso de lo que precisamente queremos escapar cuando regresamos como junkies a la oscuridad de las salas de cine.
Cuando la Covid pierda la denominación de pandemia y las personas se sientan más seguras de volver a su vida «normal», los cines reabrirán sus puertas con el apoyo masivo de quienes han sido privados, por más de un año, de recurrir a su adicción audiovisual. Me refiero a aquellos que han tenido que ceder su oscuridad y anonimato por compartir el visionado de su caja tonta, interrumpiendo su experiencia onírica con una repetitiva experiencia familiar de domingo, cual loop similar a la ficción de «Groundhog Day» (1993). Sociológica y psicológicamente hablando, el encierro no ha servido más que para maximizar las ansias de quienes están urgidos de escapar de esa realidad que se han visto forzados a enfrentar producto de la cuarentena. Netflix, Hulu y Disney+ funcionan como placebos con un muy corto tiempo de satisfacción. El espectador pide a gritos la dosis real.
En una entrevista reciente que le realicé al guionista y profesor argentino Pablo del Teso (escritor de la película «Crímenes de Familia«, 2020), el autor se refirió a la relevancia del streaming frente al modo tradicional de exhibición:
Una vez me preguntaron si iban a desaparecer las salas de cine… No van a desaparecer. Es diferente ver una película en una sala de cine a verla en tu casa, que tiene cosas mejores, cosas peores y cosas diferentes. Cuando vas a ver una película en una sala de cine, es un fenómeno social. Te vistes, te perfumas, te juntas con tus amigos o tu pareja o con quien sea… es un ritual. Vas a una sala, te sientas, la luz se apaga, hay una pantalla enorme y las cosas graciosas parecen más graciosas porque hay más gente que se ríe y te dan más ganas de reírte; mientras que las cosas tristes te parecen más tristes todavía. Entonces, tiene que ver con un tipo de consumo que involucra un ritual social que no sucede cuando ves la misma película en tu casa, por más grande que sea la pantalla que tengas».

Del Teso apoya la misma teoría de Kracauer y Barthes, aquella que Woody Allen nos expresó tan bien en la excepcional «The Purple Rose of Cairo» (1985), cuando Cecilia (Mia Farrow) asistía sola, hasta cinco veces, para ver la misma película a través de la cual se olvidaba por unas horas del marido infiel y abusador que la esperaba en casa. Fue tantas veces, que el protagonista de la ficción, Tom Baxter (Jeff Daniels) terminó por salirse de la pantalla, conmovido por la fidelidad (y adicción) de Cecilia.
En el peor de los casos, imaginemos a Cecilia durante esta pandemia, atrapada y atormentada en su propio hogar con su esposo Monk (Danny Aiello). Imaginemos el sufrimiento y la desesperación que esta mujer padecería lejos de la posibilidad de perderse en la oscuridad de la sala de cine, sumergida en la historia del aventurero y romántico Tom Baxter. Verse forzada a enfrentar su mal matrimonio sin tener la opción de un temporal escape. Por más dramático y extremo que sea el ejemplo —no muy alejado de la realidad de muchas mujeres, cabe señalar—, en esas cotidianidades es que surte efecto el opioide cinematográfico… para bien o para mal. Todos hemos sido Cecilia, buscando ese refugio en la sala de cine y, el mundo, hoy más que nunca, está lleno de Cecilias ansiosas de volver por más.
¡Ah! El streaming, por más cómodo y rápido que sea, no puede reemplazar al cine. Sí, abre las puertas a nuevas maneras de distribución para series y películas, pero ir a las salas de cine siempre será una experiencia casi mágica.
Pienso en que por más cómodo y económico que es ver una película en casa, la experiencia es diferente ya que cuando estás en una sala de cine te estas obligando a meterte en la película y a creerte más la ilusión creada por la misma. Lo bueno es que el virus ha obligado a las grandes casas a estrenar sus películas desechables en streaming y las que valen la pena están en espera de las aperturas, lo veo como un filtro.
Extraño las salas y espero poder volver a ellas pronto.
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Tal cual! Y tienes razón con lo de “filtro”, creo que cuando finalmente se abran las salas, va a haber una buena racha de películas esperadas para ver… y aquellas de menor interés y de dudoso éxito, tal vez opten por estrenos streaming de aquí en más… es hasta económicamente viable para las productoras… gracias por el comment!!!
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