Escrito por: Enrique Kirchman
***Advertencia: Datos importantes de la película son revelados***
Finalmente, se estrenó una de las películas más esperadas de 2021, The Suicide Squad, que representa el relanzamiento de la franquicia, de la mano del director James Gunn (Guardians of the Galaxy), quien tomó un break the Marvel para salvar lo que queda de DC, cuya anterior versión en 2016, dirigida por David Ayer (End of Watch), no tuvo gran aceptación entre el público y la crítica. Esta vez, con un elenco en su mayoría renovado, luego de eliminar lo que no funcionó en la versión anterior y preservando lo poco que le aportó química en pantalla, esta nueva historia de la Fuerza Especial X integrada por soldados suicidas comandados por la despiadada Amanda Waller (interpretada por Viola Davis) es, definitivamente, una gran mejora, pero aún presenta algunos defectos y sinsabores que vale la pena mencionar.
Lo bueno…
Una de las ventajas que tiene DC Comics es que sus villanos, héroes y antihéroes tienen material para abordar temas más oscuros que los de Marvel, desde una perspectiva dramática hasta un humor más negro. En el caso de The Suicide Squad, aplica esto último del humor, que puede ser más picante y subido de tono, por lo que decidieron darle una clasificación R, en lugar de PG-13 como su antecesora. Al ser un filme para mayores de 18 años, permitió mostrar los verdaderos colores de estos indeseables personajes y ahondar en su naturaleza depravada, por lo que se puede no solo escuchar varios «what the fuck«, sino también ver algunas escenas bastantes violentas de desmembramientos y cuerpos volando en pedazos, a Peacemaker (John Cena) en calzoncillos y con el bulto notable y a un isleño siendo acribillado con su pene expuesto, entre otros momentos no aptos para menores de edad. ¡Al menos no con consentimiento! Esta acertada decisión, le da a The Suicide Squad un estilo más grotesco combinado con un toque kitsch desde la narrativa y la propuesta estética, oscilando de manera contrastante entre lo ridículo, lo sangriento y lo vulgar.
La estructura narrativa, a pesar de mantener la cronología clásica, se valió de algunos flashbacks para dinamizar la historia con breves explicaciones, como cuando nos introducen al personaje de Bloodsport (Idris Elba) en prisión o aquel vistazo de ocho minutos al pasado, casi al final del segundo acto, cuando Bloodsport sorprende a Peacemaker a punto de (spoiler alert) matar a Ratcatcher (Daniela Melchior). El dinamismo del relato también se potencia gracias al uso de códigos gráficos que se formaban con elementos de la escena, en calidad de intertítulos, que enfatizan en la influencia del cómic: como cuando anuncian la Operación Harley, formando ambas palabras con fuego y humo de una explosión recién ocurrida en la diégesis o como cuando, entre metales oxidados de una azotea, se leía el nombre Jotunheim, para introducirnos a la fortaleza homónima en cuyo espacio se desarrollaría gran parte de la batalla del final del segundo acto.
Por otro lado, la química entre los personajes fue mucho mejor que la que había en el ensamble de actores de la primera película. La constante competencia entre Bloodsport y Peacemaker para ver quién era más efectivo como asesino, la relación padre e hija que se desarrolla entre Bloodsport y Ratcher, la amistad entre esta y King Shark (Sylverster Stallone) y las intervenciones desquiciadas de Harley Quinn (Margot Robbie) con cualquiera de los personajes, realmente nos ofrecían gratos momentos en escena. Aunque me quedé con ganas de ver más de Captain Boomerang (Jai Courtney), Weasel (Sean Gunn) y Blackguard (Pete Davidson), quienes seguramente le hubiesen añadido un buen toque de humor a la trama. No puedo dejar de mencionar el gag extraído del personaje Polka-Dot Man (David Dastmalchian), que veía a su madre personificada en todos lados, potenciando su instinto criminal. ¡Genial!
Lo malo…
A pesar de que me gustó su estructura narrativa, debo señalar que hubo varios momentos innecesariamente extensos y aburridos, como aquella secuencia «romántica» entre Harley y el presidente Silvio Luna (Juan Diego Botto), que además pretendió añadirle comicidad a la historia, pero falla en su cometido. Y eso me lleva a otra falencia: los diálogos. Para ser una película clasificación R, los diálogos parecían que estaban dirigidos a un público infantil, salvo por las frases soeces. En su mayoría eran conversaciones simples, tontas y no necesariamente cómicas, con chistes sosos que a un público adulto le daría más cringe que gracia.
El objetivo principal de los protagonistas también recae en lo aniñado, aunque encaja perfectamente en esa estética y tono kitsch de la trama. Y es que la idea de que la fuerza antagónica recaiga sobre una estrella de mar gigante, de colores llamativos, llamada Starro —uno de los primeros villanos que enfrenta la Liga de la Justicia en los cómics de 1960—, que además reproduce pequeñas estrellas que se adhieren a los rostros de las personas y las transforma en una especie de zombies, me resulta extremadamente absurda. Aunque encaja perfectamente en un universo diegético donde hay un hombre tiburón y una espantosa y perturbadora comadreja, Starro no deja de ser un villano endeble, infantil y poco memorable. Hubiese preferido una mente maestra más digna o alguien igualmente implacable y despiadado como Amanda Waller.
Lo feo…
The Suicide Squad forma parte de esas grandes producciones hollywoodenses que se encargan de prolongar el dañino estereotipo latinoamericano que no logramos sacudirnos como región desde hace décadas. La producción utiliza las locaciones de Panamá y Puerto Rico para representar la ficticia ciudad isleña Corto Maltese, ubicada en Sudamérica, en la que predominan escenarios de los barrios más pobre y humildes, como si ese fuera el denominador común del país. La miseria es enfatizada cerca de la secuencia final cuando Starro habla a través de uno de sus «zombies» diciendo «esta ciudad es mía«, a lo que Ratcatcher responde: «Esta ciudad no es tuya. Esta ciudad no es nuestra. Esta ciudad es de ellas«, refiriéndose a las miles de ratas que habitan en la decadente ciudad de Corto Maltese, que luego aparecen, controladas por su dispositivo, para atacar a Starro.
No podían faltar los prostíbulos, como La Gatita Amable (cuyo nombre, me causó mucha gracia, para ser sincero), un bar de mala muerte, donde obviamente íbamos a ver a la mujer latina sexualizada y prostituida. Hasta el personaje terciario de Camila (interpretada por Mikaela Hoover), la asistente del presidente, dejó sobreentendido con sus escasas tres apariciones en toda la película, lo tonta que era y la forma provocativa como se vestía, con sus senos rebotando de manera exagerada cuando se acercaba al General Suárez. En otras palabras, Camila es un gag más de la película, que se burla de la mujer latina y la reduce a un cuerpo sensual descerebrado.
Otra característica repetitiva de la representación del latinoamericano en el cine de Hollywood que podemos observar en este filme es la de sus gobiernos dictatoriales y corruptos. El presidente Silvio Luna es un lunático que derrocó al presidente Herrera, asesinándolo junto con toda su familia, rodeándose de un cuerpo militar comandado por el General Mateo Suárez, interpretado por el actor mexicano Joaquín Cosio, quien curiosamente interpretó a otro militar corrupto en Quatum of Solace (2008), la vigésimosegunda película de James Bond, también filmada en Panamá, en la que Cosio era un exdictador boliviano exiliado en Haití. En The Suicide Squad vemos que se repite la misma historia de un país militarizado, con un gobierno perverso que oprime a su pueblo hasta el punto de utilizarlo de conejillo de india para sus experimentos.
Con solo ver el diseño de su bandera, Corto Maltese y el gobierno de Luna pueden ser fácilmente asociados a países de la región sudamericana como Venezuela, Ecuador o Colombia. Y si reparamos en los acentos, regionalismos y el nombre de ciertas calles de la ficticia ciudad, nos percatamos de que también hacen alusión a Argentina con el nombre de calles como Agüero o Medrano y el uso de vocablos coloquiales de la región, como «boludo». Además, en la escena en que Luna le cuenta a Harley Quinn la historia del anterior presidente Herrera, este menciona la persecución a los nazis que se refugiaron en el país luego de la Segunda Guerra Mundial, tal cual como sucedió en la vida real con aquellos seguidores de Hitler que se refugiaron en Argentina para escapar de los juicios de guerra; por lo que se remarca la predominante asociación de Corto Maltese con este país sudamericano.
Aunque predomina el acento argentino, también se pueden escuchar distintos tipos de acento, con lo cual es complicado adjudicarle una nacionalidad específica a Corto Maltese. Esto puede ser un error insignificante de la producción o una evidencia de que Hollywood no distingue nacionalidades cuando se trata de Latinoamérica. «Si habla español, pertenece a la misma región», por lo que nos unifican bajo el mismo estereotipo. Según su mirada, Panamá es igual a Colombia, México, Paraguay o Venezuela, tanto en infraestructura como en su sociedad, cultura y política. Si vemos la realidad actual, no podemos negar que hay ciertos países de la región que padecen problemas políticos y gubernamentales, como Venezuela y Cuba desde hace décadas y Nicaragua más recientemente, pero ¿es justo calificar a toda la región de la misma manera? Aún cuando existan países en la región con dictaduras o gobiernos corruptos, resulta perjudicial resaltar repetitivamente solo ese aspecto de América Latina, extendiéndolo a todo el territorio, como si no hubiese nada positivo o culturalmente enriquecedor o beneficioso que extraer de ella.
No es la primera vez (ni será la última) que Hollywood recae en este tipo de representación. En 1989, utilizó el mismo recurso en la decimosexta película del agente 007, Licence to Kill, al recrear el país ficticio República del Istmo para hablar de dictadura y narcotráfico, haciendo una clara alusión a Panamá, a Manuel Antonio Noriega y a Pablo Escobar durante esa década. En ese entonces se observó la misma puesta en escena híbrida de acentos y nacionalidades latinas para meternos a todos bajo el mismo paraguas de estereotipos, pretendiendo promover, de manera hegemónica, la imagen supuestamente heroica, protectora y superior de la cultura anglosajona a través de la figura de James Bond.
Sin embargo, es preciso destacar que a diferencia de Licence to Kill y otras películas donde se enfatiza el arquetipo perfecto del héroe anglosajón —Superman, Wonder Woman, Indiana Jones, Ethan Hunt, etc.— The Suicide Squad también hace una autocrítica a la imperfección del gobierno estadounidense. Ya no envían al rescate a un superhéroe políticamente correcto, sino a un grupo de inadaptados, criminales, antihéroes que son enviados a una región latinoamericana para tapar la participación de la potencia norteamericana en la creación de un monstruo como Starro. ¿Les suena familiar? Starro pudiera ser Noriega o Somoza o, incluso, Bin Laden o Husein en oriente… Todos, en su momento, monstruos creados por Estados Unidos, que luego se salieron de control, al igual que Starro. Independientemente de esa autocrítica, no se justifica la representación negativa que insisten en proliferar de América Latina a través del filme.
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Mejor que la anterior, sin dudas
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